Si damos un paseo por bibliotecas o librerías probablemente encontraremos espacios dedicados a los más pequeños, con libros de cartón o de género especialmente pensados para ellos. Incluso, en algunas, podemos encontrar “guaguatecas”, áreas destinadas exclusivamente al juego y la lectura en la primera infancia. Sin embargo, esto no siempre fue así, por mucho tiempo la lectura estuvo asociada exclusivamente a la palabra escrita. En estricto rigor, un lector o lectora era quien podía descifrar y darles sentido a las letras del alfabeto. Bajo esta perspectiva, todos los niños y niñas que aún no experimentaran el aprendizaje de la lecto escritura quedaban fuera del ámbito lector. Así, generalmente, para referirse al grupo etáreo entre 0 y 6 años se hablaba de “pre-lectores”. Hoy, gracias a una perspectiva más amplia de la lectura, de la literatura y del desarrollo de los niños, entendemos que esta categorización está lejos de ser precisa.
Los primeros años
Desde que nacemos y salimos al mundo empezamos a “leer” y a decodificar lo que hay a nuestro alrededor. Vamos incorporando palabras en forma de arrullos, de canciones de cuna, de cuentos y poesías que salen de la boca de nuestros padres o cuidadores. Los bebés leen con todos los sentidos, descifran e interpretan los mensajes a través del oído, la vista, el tacto e, incluso, del gusto. Los libros se escuchan, se contemplan, se tocan, se muerden y saborean.
Los cuentos, las canciones y el juego van de la mano en esta etapa, los bebés atienden principalmente al tono de voz, al ritmo y a los gestos; los significados de las palabras llegan con el tiempo.
Durante los primeros años de vida los libros ilustrados tienen un rol protagónico, pues a través de las imágenes también se van leyendo y comprendiendo las historias. Los lectores reconocen en las páginas de los libros formas, animales, colores y acciones que son parte de su experiencia. A medida que van creciendo, la experiencia de lectura se enriquece y complejiza; aún de la mano de un adulto, tramas y personajes comienzan a hacerse parte de su imaginario. De esta manera, poco a poco, se acercan a la lectura autónoma y a un enorme universo de posibilidades.
El rol de los adultos
La lectura en la primera infancia es un espacio de encuentro entre adultos y niños, donde los primeros actúan como mediadores que van guiando la mirada y dotando de sentido las palabras e historias que se despliegan en los libros. Palabras en forma de relato que van quedando en su memoria cognitiva y afectiva, enriqueciendo su vocabulario y generando vínculos. Fomentar la lectura en esta etapa marca una diferencia importante en el desarrollo. Tal como plantea la especialista en literatura infantil, Yolanda Reyes:
“Entre los niños que crecen con canciones de cuna, diálogos enriquecedores, libros, voces, relatos familiares y posibilidades para expresarse, y aquellos que comienzan a vivir circunscritos a una comunicación inmediatista y estrictamente utilitaria, se va abriendo una brecha de inequidad que se evidencia en la calidad del lenguaje y que se refleja en dificultades de acercamiento a la lectura”.
Leer a los niños en voz alta desde los primeros meses de vida, leer incluso desde el vientre materno, es una práctica que trae innumerables beneficios. Estos no se vinculan solo con la relación que puedan tener con los libros en el futuro, sino también con el desarrollo de habilidades que van más allá del ámbito de la lectura: la capacidad de ser empáticos, de expresarse verbalmente y de imaginar mundos simbólicos, entre otras.
La lectura en la primera infancia sienta las bases de un desarrollo integral, emocional y cognitivo, y por lo mismo, debiera ser parte de la experiencia de todo niño y niña desde que puede escuchar la voz afectuosa de un adulto que cuenta.
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